El Chaparro de las Mentiras Antonio Silva ( ¡que bonito nombre!) camina por el sendero con su cesta de palma en ella unos manojitos de perejil, varios tomates y algunas patatitas y cebollas, sembradas y recolectadas con mimo por sus viejas manos de ochenta y seis años. Antonio regresa al pueblecito de donde salió antes del amanecer para trabajar en su huerto. Al llegar a su destino la carga habrá menguado bastante. Primero se detendrá en la casa de su compañero de quinta ( la del 35 concretamente) Pepe Camacho ( bautizado francisco, el hombre de los cinco nombres, Pepe, José, Francisco, Curro, Paco), pero al que todos llaman y conocen por Pepe. Allí habrá dejado unas cuantas cebollas al grito de ¡eh¡ ¡eh¡. Su primo (porque son primos hermanos) le contestara cualquier cosa, pues ambos están sordos como tapias y cuando uno hable de blanco el otro le contestara de negro, como me cuenta Antonia “Pies Divinos” ( la esposa de Pepe) que los oye desde la cama, pues acabado el trajín de mimar las plantas del huerto son apenas las ocho de la mañana. Lo dicho entregadas amorosamente las cebollas y con una mínima conversación que es mas un atisbarse mutuamente y comprobar que ambos siguen bien. Antonio reanuda su marcha, en una mano la cesta que el mismo tejió en la otra el inseparable bastón de acebuche que también el mismo eligió y pulió un poco . Va despacito, palpando con un pie tras otro, como si estudiase con ello cada molécula de la tierra del camino. Despacito que es así como se le hace cundir el tiempo, y porque a su edad una caída supondría el fin de sus andanzas, de su libertad, de su vida…como le decía su mujer, que en Santa Gloria este, siempre relatando ( que es como se le llama aquí al discutir), pero… ¿adónde vas Antonio, si aún no ha amanecido, dónde vas, hombre de Dios?, cualquier día tendrás una mala caída y te iras al otro barrio y me dejaras sola. Al final ella es la que está en el otro barrio y el sigue cada amanecida, cada atardecer, del pueblo a la huerto y de la huerto al pueblo, cultivando ( criando diría yo) esas escasa y mimadas verduras, que mas bien que hortalizas parecen joyas, y que va regalando a unos y a otros con sencillez, con amor, tal como es el. Ahora se desvía por el sendero obra de artesanía de su primo Pepe, el marido de “Pies Divinos”. El que a pesar de su edad ( ochenta y siete cumplido), espuertilla de tierra en mano, se muestra siempre dispuesto a nivelar, allanar, suavizar y componer cualquier bache, aspereza o piedra disoluta que halle en su camino. Pasa Antonio junto al “Chaparro de las mentiras” aquel en cuya sombra se reúnen cada tarde los lugareños que se ocupan del ganado. El árbol en cuestión no se diferencia mucho de los demás a simple vista, su porte no tiene nada de especial, no es el más grande , ni el más antiguo, ni siquiera es el más frondoso pero…. ¡ah! es el “ Chaparro de las mentiras” bajo su sombra se ha hablado, discutido, porfiado, amado y odiado más que bajo ningún otro. Cuanto años allí inmóvil y mudo oyendo hablar a unos y otros ¡ cuantas mentiras ha escuchado! Mentiras y verdades, pero sobre todo mentiras, y allí sigue, mientras muchos de los que hablaron refugiados bajo el y se creyeron protagonistas, poderosos, héroes ó simplemente conquistadores y guapos, hace tiempo que están en el cementerio. Pero a lo que vamos, el chaparro aunque un poco elevado y separado por el camino se halla frente de la casa en la que habito y claro, una por muy vanidosa que sea, no podía creerse que la llegada de una forastera hubiese atraído tanta expectación, y que todos aquellos hombres reunidos bajo el árbol y mirando hacia la casa, fuera por mi causa.¡ Que va! Que una ya no es nueva, que es como llaman aquí a las jóvenes ( con su vocabulario tan peculiar). No, una ya no es nueva, y aquel árbol lo que tiene de particular y lo hace ser la causa de que los hombres se reúnan allí, es que su situación lo hace único para atrapar cualquier brisilla fresca. Bajo sus ramas siempre hay unos grados menos de calor que en cualquier otro lugar en centenares de metros a la redonda. “El Chaparro de las mentiras”…. A mi su nombre me trae a la memoria, el de otro árbol “ el árbol de la razón” aquel que se hallaba en la montaña de la sabiduría, ese que se menciona en uno de los cuentos favoritos de mi hijo, ese que comenzaba: “ En las junglas de la india milenaria puede suceder cosas muy extrañas….” No, por aquí no sucede nada extraño, a no ser que se piense que es raro que este hortelano de ochenta y seis años se emplee con tanta dedicación a su tarea, ajeno por completo al mundo, a si es útil o no, al igual que su compañero el picapedrero, que con un año más martillea rocas y las convierte en arena para arreglar los baches del camino, sin calcular si los coches ( sus conductores ) serán conscientes o no de sus apaños, que el con su andar vacilante si que lo nota y no digamos su esposa. Quizás por eso posea esos pies tan divinos, teniendo por marido a un hombre que allano con tanta tenacidad los lugares por los que ella había de pasar. Ni tampoco me parece extraño que ella- escoba de caña, toniza y palma en mano- barra el camino de tierra por el que se accede a su casa con tanta fruición como el que limpiase los mármoles de un palacio. Y aún más, cuanto le cuesta contenerse para no sacar un trapo!, ribeteado por ella misma , pues es una gran costurera, si no que se lo pregunten a las vecinas de los alrededores, para sacar el polvo de las grandes , cómodas y escogidas piedras que hacen las veces de asientos bajo el susodicho chaparro. Y eso que ella no suele asistir a esas reuniones espontaneas a la hora del sesteo, lo suyo es mas bien, esperar la frescura de la tarde, ya casi a punto de morir el día, cuando una mujer tras otra la vamos visitando, y se obsequia a los retoños con cacahuetes ( aquí llamados avellanas ) ya que en este lugar llaman a los cacahuetes por su nombre, se considera una fineza y produce gran jolgorio. También se les deja una pelota para que se vayan por ahí a dar patadas y nos dejen un rato en paz. Si, a esta octogenaria le gusta hacer tan bien su trabajo, como a sus compañeros Antonio y Pepe, si por ella fuese, ya te digo, ni una sola mota de polvo habría en las hojas de los chaparros que rodean su casa. Antonio llega ahora a lo de Ochoita, Ochoita sesentón, pero para el anciano siempre será Ochoita. Allí larga varios tomate y un par de artesanos ramilletes de perejil, para Nina y Juana, como el que ofrece una preciosa flor. Le ponen en la mano una botella de leche de cabra recién ordeñada y se abstienen ( a pesar de las reiteradas protestas del hombre) de tomarle la moneda que les ofrece. Esta es otra de las cosas por las que su mujer le relataba ( recriminaba)… Deja su cesta un momento en el suelo y se cambia para poder santiguarse, el bastón de mano. Esa vara de acebuche que le sirve de atadura a la tierra en los día de gran levantera, que es ese viento fuerte y alocado y que es capaz de tumbar la enorme rama de un chaparro de cien años, pero con su figura humilde, algo jorobado. Inclinada la cara al suelo, o no puede o mas bien no quiere, por respeto, admiración o yo que se tirarlo por los suelos. Y el viento ese que nos altera tanto y nos vuelve medio locos se conforma con arrebatarle de vez en cuando algunas de sus gorras por muy caladas que las lleve en la frente. Gorra de la que nunca más se vuelve a tener noticias, como de todo lo que se lleva el levante. Mentalmente quizás le diga Antonio a su difunta, enterrada tras aquel muro, no, no me he caído mujer, y has sido tu la que me has dejado solo. Pero mas bien creo que no, que todo aquello de pararse, santiguarse, es algo mecánico, un coge fuerzas, un prepararse para entrar al pueblo que en realidad lo que mas le gusta e importa es ese suave vaivén del caminar. Porque como en el cuento favorito de mi hijo, lo más bonito es y sucede en el camino, ese es su secreto, su sabiduría, no importa el huerto, ni el pueblo, ni siquiera el trabajo ni los frutos cosechados. Si, hay he hecho de nuevo el camino, supongo que piensa feliz Antonio, mirando con gozo el cielo que se derrama para fundirse con el blanco de su pueblo. |